El tedio, el
veneno más poderoso al que el ser humano es adicto a inyectarse. De todas las
dolencias, es el mal más inmune a nuestros desesperados intentos de
erradicarlos y el más longevo.
El tedio se
alimenta de nuestros propios fracasos en nuestra contienda por erradicarlo y a
menudo, anclado en aquellos mal sanos hábitos que hemos tomado y mediante los
cuales no somos honestos con nosotros mismos, durante años nos susurra palabras
desalentadoras, nos empuja al precipicio del hastío y nos encierra en sus
bastas e infinitas llanuras. Nos encarcela en un reloj de arena que nos ahoga.
El tedio es el hijo del desengaño y
de las cicatrices, y